Montanismo

herejía del siglo II
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El montanismo fue un movimiento que se produjo en el interior de las comunidades cristianas primitivas, como un esfuerzo para revalidar las realidades pneumáticas y escatológicas de los primeros tiempos de la Iglesia. Se trataba de un «movimiento reavivador», como sería llamado posteriormente.

El conocimiento que se tiene de este movimiento se funda en el testimonio de los autores cristianos, como Eusebio de Cesarea, Epifanio, Clemente de Alejandría, Orígenes e Hipólito. De mayor importancia es, sin embargo, una fuente original en los escritos de Tertuliano, que se adhirió al montanismo al final de su vida.

Los inicios del montanismo

El origen de este movimiento se puede fijar entre los años 160 y 170 en Ardabau, Frigia; allí, un hombre llamado Montano se sintió transportado a estados de éxtasis durante los cuales profería advertencias proféticas. Luego se unieron a él dos mujeres, Prisca y Maximila, que también empezaron a profetizar. Montano y sus profetisas anunciaban el final inminente del mundo, ordenando a sus fieles que se reunieran en un lugar determinado para esperar allí el descenso de la Jerusalén celeste. Esta profecía fue acogida rápidamente en distintos estratos de la sociedad, organizándose en comunidades que realizaron una propaganda muy activa entre cristianos y paganos.

La doctrina montanista

El montanismo, a diferencia de la gnosis y del marcionismo, no pretendía anunciar una nueva doctrina sino más bien revalorizar ciertos elementos relativamente olvidados de la doctrina tradicional:

  • La escatología, que caracterizaba a la doctrina montanista al afirmar que el fin de los tiempos se acercaba y que llegaría en un plazo muy breve, resurgiendo así la espera de la parusía tal como lo habían esperado las primeras generaciones cristianas. El montanismo insistió en las prácticas ordinarias en la Iglesia de entonces: preparación al martirio, ayuno, xerofagia (abstención de alimentos húmedos), castidad dentro del matrimonio, prohibición de segundas nupcias, negativa a conceder el perdón a un cristiano bautizado incluso en el caso de que hiciera penitencia.
  • El profetismo. Éste es el verdadero elemento dominante en el montanismo; sus promotores intentaron revivir el profetismo cristiano, que apenas existía en la época. No obstante, su concepción del profetismo difería sustancialmente de la tradición primitiva, puesto que los profetas del montanismo se consideraban como receptáculos de la divinidad: no eran ellos quienes hablaban, era el Espíritu quien hablaba por su boca. Así, Montano era un nuevo Paráclito que continuaba la revelación contenida en el evangelio.

El destino del montanismo

El movimiento se difundió rápidamente, y hacia el final del siglo II alcanzó su máxima expansión. En Oriente y especialmente en Asia Menor fue donde logró mayor importancia y donde persistió por más tiempo, subsistiendo hasta fines del siglo IV. También logró gran aceptación en Occidente, aunque más brevemente. Se encuentran rastros de este movimiento en el año 177 en Lyon. La carta de los mártires de Lyon a las iglesias de Asia y de Roma, por ejemplo, habla de la doctrina de Montano. También se encuentran evidencias de él en Roma y en África, donde, hacia el año 205, Tertuliano se adhirió oficialmente al movimiento. Posteriormente vuelve a reaparecer un movimiento similar con el Pentecostalismo.

Véase también

Bibliografía

  • SIMON, MARCEL; BENOIT, ANDRÉ: El judaísmo y el cristianismo antiguo, de Antíoco Epífanes a Constantino. Colección Nueva Clío, Editorial Labor, Barcelona, 1972

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