A Amarilis
Soledad deliciosa, bosque umbrío
¡ay, cómo en tu retiro busco en vano
alivio al inmortal quebranto mío!
Me hirió de Amor la poderosa mano,
de Amor la flecha aguda envenenada
que contra mí lanzara el inhumano.
¡Oh mil veces feliz edad dorada
en que fue la ternura y la firmeza
del constante amador siempre premiada!
Agora al rendimiento, a la fineza
se retribuye indiferencia fría,
al obsequio humillado cruel dureza.
¿Qué mal dios en su cólera daría
el siempre infame honor a los mortales,
que tanto de natura los desvía?
Él el pudor nos trajo, él sus fatales
leyes a Amor impuso, y él los bienes
más dulces transformó en acerbos males.
De mi dulce enemiga los desdenes
el acaso los causa, y hace en llanto
mis ojos dos raudales ¡ay! perenes.
Sigue, Amarilis, de Cupido santo
las leyes, del amor sigue el sendero
exento de pesar y de quebranto.
Honor, de la natura comunero,
ejercite en el vulgo su tirana
dominación y su poder severo.
Tú escucha del Amor la soberana
voz, que al deleite agora te convida;
que esta la edad en su verdor lozana.
Huye la primavera de la vida
cual un ligero soplo, un breve instante,
y nunca torna si una vez es ida.
Vendrá ¡ay! la vejez corva, y el amante
que agora sólo espira tus amores,
y que esquivas más dura que diamante,
Lejos huirá de ti; de adoradores
la turba que te cerca de contino,
cual brillo suele de caducas flores
tal desparecerá; que del destino
esta es la ley severa, inexorable;
éste de la hermosura el hado indino.
Tal la purpúrea rosa, que al amable
Céfiro abrió su seno, el soplo airado
del vendaval deshoja, y despreciable
yace y marchita en el florido prado.